Etiquetas

, , , ,

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

Guiándonos casi por el instinto (si fuera por las indicaciones de los lugareños, incluso los que trabajan en agencias de viaje o los policías) llegamos a la Ilha, una lengua de playa en cuyo paseo marítimo se están construyendo aceras, bloques de apartamentos, locales comerciales y todo tipo de lujos occidentales. Buscamos la oficina de Iberia para cambiar el billete y regresar a casa. Luanda es una ciudad extremadamente cara y está vista en un día, de manera que si no podemos ir a Kissama… mejor regresar a Madrid.

Sin embargo, el caos, la dejadez y la falta de iniciativa de los dependientes nos pasan factura. La guía que llevamos, además de incluir unos mapas que se parecen a la realidad como un huevo a una castaña, ha sido muy benévola calificando a la capital de Angola como «una ciudad complicada».

Un problema con la red de internet en toda la ciudad hace que el muchacho trajeado y visiblemente incómodo con sus enormes zapatos nos diga que no puede ni siquiera mirar en el ordenador si hay plazas libres en el siguiente vuelvo para España. No se ofrece a llamar al aeropuerto, ni a informarse por otros medios no telemáticos y nos plantea una solución que nos deja perplejos: «pueden ustedes presentarse en la terminal mañana bien temprano y probar suerte. Igual hay plazas… o igual no; quién sabe». Teniendo en cuenta que llegar al aeropuerto requiere su tiempo, que no tenemos la plaza ni medianamente confirmada y que el siguiente vuelo tras ese intento es justo cuando nos tocaría volver… declinamos esta amable oferta o volvemos a la Pensión Paraíso, donde nos espera Eduarda, esa suerte de Rottenmeier africana que nos pones firmes ahora no me acuerdo bien por qué motivo.

¿Y qué haces en una ciudad como Luanda cinco eternos días? Pues pasear, buscar la puerta de la embajada española, curiosear en las iglesias, visitar una exposición de Pedro Yaba, un pintor local bastante bien valorado fuera de esas fronteras que, según Luis «ha llegado un siglo tarde al cubismo» y claro, eso es llegar bastante tarde.

También visitamos un museo de animales terroríficamente disecados. Al que no le falta un ojo le falta una pata y algunos directamente parecen sacados de una película de risa. Eso sí. Hay de todo. Pájaros, peces, conchas, roedores, felinos (inclasificables por su deterioro)… y algunas especies más grandes, como cebras y elefantes.

Vamos a la Fortaleza de San Miguel, que se encuentra también en plena remodelación (aunque ya estaba bastante bien). El lugar alberga el Museo de las Fuerzas Armadas de Angola que no podemos visitar por eso de las obras. Da igual. La vista es espléndida y no hay nadie, lo cual obliga al guardia de la cosa a perseguirnos para que no hagamos fotos. Al parecer, el lugar está cerrado al público debido a las obras. Sin embargo, desconocemos este detalles porque al llegar entramos como Perico por su casa delante de un muchacho que está frito en una silla: el guardia.

Para salir de nuestro asombro volvemos a la playa y comenzamos a pensar qué hacer para ir al Mirador de Lúa, un lugar presuntamente visitable, aunque pocos saben ni siquiera que existe.