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De piedra pómez nos quedamos al ver Benguela. Nuestro amigo Claudio nos advirtió de que era bastante peor que Lobito… y después de ver el estado de conservación de la ciudad portuaria nos temíamos lo peor. Sin embargo, hemos de concluir que Claudio es un excelente muchacho, pero en lo referente a urbanismo su criterio difiere bastante del nuestro.

Benguela tiene grandes avenidas y casas unifamiliares preciosas. Muchas se están cayendo a trozos y otras tantas están en vías de reforma. Sin embargo, es una ciudad que apunta maneras que que conserva buena parte del esplendor de la época colonial. En aquel tiempo, el puerto de esta ciudad ‘se especializó’ en la exportación de esclavos hacia Brasil.

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Benguela es una bonita ciudad para pasear y su gente tiene fama de ser abierta, cordial y muy amable, aunque en realidad en este sentido no difiere mucho de lo que hemos encontrado estos días: si hay algo que destaca de Angola es su gente.

Vamos a la playa. Grande, concurrida y de arena amarilla acoge a los que van a descansar durante su tiempo libre y a los que practican Capoeira, esa lucha camuflada de danza y acrobacia que exportaron los esclavos negros a Brasil, país desde el que ha tenido una verdadera proyección.

Comemos en un sitio llamado Ferro Velho, un lugar lleno clientela blanca que parece estar residiendo en Angola por motivos profesionales. Algunos se divierten haciéndole faenas a un mono que hay enjaulado a la entrada. Después de esperar un rato, nos acomodan en una gran mesa en la que dos blancos están terminando de comer. El lugar está regentado por portugueses y precisamente es el ‘cozido’ portugués lo que tomamos allí.

Salimos encantados por la comida, porque no hay mosquitos, porque nuestro hotel es nuevo y está limpio, porque hemos venido por una carretera buena y porque no hemos tardado nada en encontrar simpáticos motoristas que nos lleven a nuestro alojamiento ¿Qué más se puede pedir?