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El particular nos deja en Sumbe al azar. Es decir, a nuestro azar porque somos nosotros los que le decimos al conductor donde creemos que nos viene bien bajar con vistas a encontrar alojamiento.

Nada más poner el pie en el suelo un señor muy solícito nos ayuda en esta tarea: para a dos hombres que van en moto, con los que negociamos el precio de que carguen con nuestros cuerpos y nuestras inmensas mochilas hasta un hotel, pensión o similar.

El que me lleva a mi usa gafas, aunque una de las lentes luce una perfecta grieta que la divide en dos. El que pilota la motocicleta de Luis no, pero sujeta algunas piezas con alambres, lo cual tampoco da demasiada confianza. Naturalmente no llevamos casco ni nada que se le parezca, lo cual en Angola, cuyos índices de siniestralidad en la carretera amargarían la carrera de cualquier director general de Tráfico occidental, puede parecer una temeridad.

Sin embargo, el hecho de que casi no haya tráfico, de que las mochilas nos pesan en el alma y de que vayamos a la escandalosa velocidad de treinta kilómetros por hora nos anima a subir.

Por fin nos alojamos en el Residencial Sol, un hotelito muy modesto equivalente a un dos estrellas español, aunque la tarifa que pagamos es muy superior a los alojamientos de esa categoría que conocemos por aquí. Y es que venir a Angola obliga a olvidarse de las referencias en cuanto a los precios de casi todo.

Y es allí donde conocemos a Claudio, un angoleño que vivió durante bastante tiempo en Portugal y que conoce muy bien algunos de los lugares de la España más turística, y no sólo por haber frecuentado Fitur. Habla un español muy aceptable y se ofrece a llevarnos a las cataratas de Binga al día siguiente. Hacemos lo que no se nos pasaría por la imaginación en casi ningún lugar del mundo siendo turistas: aceptamos.

Corrijo, a mi no se me pasaría por la imaginación; a Luis le parece de lo más normal. Es lo que hace ser un viajero experimentado.

Por la mañana Claudio nos sube a un enorme todoterreno negro y de camino a las cataratas nos da consejos sobre las rutas más convenientes, nos habla de su estancia en España, de cómo ha evolucionado su país desde que acabó la guerra hasta ahora… y en más de una ocasión se nos pasa por la cabeza la idea de que estamos locos y de que en cualquier momento el amable Claudio mutará, parará el coche, nos devalijará y se reirá hasta que le duela el estómago de los pardillos blancos mientras nos deja tirados en alguna cuneta.

Corrijo de nuevo, ese temor sólo se me pasó por la cabeza a mi.

Pero no. Gracias a Claudio, que será importante también días después, vemos un lugar maravilloso: las cataratas de Binga.

El lugar está limpio y no se oye ni un sólo ruido, sólo el sonido del agua. Claudio dice que la estación de lluvias no ha sido generosa y por eso no se ven tan espectaculares. No tiene prisa por irse. Nos anima a hacer fotos y nos advierte de que estamos en la orilla buena, ya que en la otra hay cocodrilos.